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domingo, 12 de enero de 2014

Las cosas bellas de la vida

Bajo este título debían hacer mis alumnos una redacción...La mayoría han sido parecidas, pero hay alguna que me ha sorprendido muy gratamente, y es que de vez en cuando, se esconde un escritor entre nosotros...

Me miró durante un largo instante, me dedicó una sonrisa cargada de preocupación. Yo se la devolví sin problema aparente, pero me sentía eufórico. Sabía que no mucha gente encontraba una ocasión propicia para llevar a cabo aquello que quería hacer. Alcé la mano temblorosamente en un fallido intento de aparentar firmeza, levanté el pulgar en señal de OK. Entonces me dejé caer hacia atrás suavemente y entré en contacto con el agua. 
En principio no noté el cambio, pero poco a poco el áspero roce del neopreno fue dejando paso a la gélida agua de mar y me estremecí. Comprobé el oxígeno y empecé a nadar boca a bajo, adentrándome suavemente en las profundidades del mar. 





Unos metros más abajo tuve que encender la linterna, y contemplé su belleza, la belleza del mar: ni un pez, ni un alga, ni un ruido...Simplemente inmensidad , grandeza. Por primera vez en mi vida pude apreciar la grandeza del mar, bella, inhóspita... Me dejé arrastrar hacia las profundidades. Entonces empezaron a llenar la soledad del mar peces, algas, corales, anémonas.... Contemplé atónito la sencillez de los componentes de aquel colorido hábitat lleno de vida, vida presente en todos y cada uno de aquellos seres, tan enfrascados en sus quehaceres cotidianos que ni se percataban de mi presencia.
Comprobé el oxígeno y supe que debía subir a la superficie. Saqué la cabeza del agua y miré al horizonte rojo, en el que un sol tímido se asomaba. Estaba amaneciendo. 

El mar                                                            Luís Piña


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